14 octubre 2025

3) Corvo, un volcán transformado en isla mini

Majestuosa caldera del volcán de Corvo, que ocupa gran parte de esta pequeña isla

Corvo es la isla más pequeña de las Azores, con diferencia, y, con Flores la más alejada de Europa, situadas ambas en la esquina americana del archipiélago. Poco más de 17 kilómetros cuadrados, 6 por 4 en sus puntos más amplios. Tiene también otras peculiaridades, como la de ser un exiguo territorio alrededor de una caldera volcánica enorme. En Corvo viven 450 personas, según nos explicaron. Claro, todas se conocen. 

Caldera, pueblo y aeropuerto en poco espacio (foto de toazoresislands.com)

Y pese a ser tan pocas, dispone de una pequeña pista de aterrizaje para aviones y algún que otro vuelo doméstico, todo un lujo.


Como se aprecia en el mapa, Corvo es poco más que la caldera más las laderas del volcán y una pequeña plataforma relativamente plana en el sur. Allí está el pueblecito. En conjunto, un enclave de lo más atractivo.

Impresionante vista aérea de la cara norte de la isla (foto de Viator.com)

Pero la visión de la isla desde el norte impresiona, con esas paredes inaccesibles, donde la actividad humana semeja imposible.

Zodiac roja en la que fuimos a Corvo

Durante los días en la isla de San Miguel estuvimos barajando reservar la excursión a Corvo, pero nos tiraba para atrás el riesgo de los golpes del mar en una lancha tan pequeña por aquello de alguna espalda sensible. Ya en Flores, decidimos informarnos de primera mano y fuimos al puerto cuando llegaban los excursionistas del día en cuestión. En una improvisada encuesta que hicimos a varios visitantes de más o menos nuestra edad, se nos fueron quitando los miedos. Nos aclararon que no había problema alguno y que merecía mucho la pena. Después hablamos con el capitán de la lancha, que nos cayó genial, y nos animó diciendo que en 30 años había llevado a embarazadas, ancianos y demás, sin incidencias dignas de mención. Así que nos apuntamos. En el haber, que uno de los viajeros no pudo conocer Corvo por unos problemas intestinales sobrevenidos, y se lo tuvimos que contar todo. La excursión costó 40 euros.

Listos para navegar hacia Corvo

La excursión a Corvo tiene dos partes: la obvia, conocer la isla, pero otra previa que no fue ni mucho menos secundaria: recorrer los acantilados de Flores desde el mar, una auténtica gozada. 



Salimos de Santa Cruz das Flores al filo de las  9 de la mañana convenientemente pertrechados, con chubasquero y la mochila protegida, e hicimos muy bien. Llovía con cierta intensidad y los vaivenes de la zodiac en un mar picado empapaban la lancha. Durante la noche había diluviado con mucho viento, llegamos a pensar que no habría excursión.

La excursión la formaban dos lanchas que iban juntas en todo momento

Fue un rato de lo más agradable, bordeando acantilados, penetrando con las lanchas en cuevas de tamaño considerable. Incluso viendo desplomarse cascadas sobre el mar.


Las curiosas formas rocosas que ha moldeado la erosión es de una variedad enorme..


De cerca se aprecian las rocas con lajas, cuarteadas, con lo que su destino es el fondo del mar... con el tiempo.


Pero lo evidente es que mar, viento y lluvia carcomen las rocas, ayudados por árboles que son capaces de crecer en paredes verticales. Y al cabo de miles de años las montañas se trocean.

Huecos de diseño en un litoral de postal

Pese al mar agitado y los meneos del mar al chocar con las rocas logramos hacer fotos vistosas. No hubo que esforzarse mucho, teníamos una sucesión de maravillas ante nosotros.


Si acaso, lo más delicado era proteger los móviles del mar y de la lluvia, y evitar que en un movimiento brusco acabaran sumergidos.

El mar horada las rocas en su base y crea cuevas enormes

En el video se aprecia la sensación que teníamos navegando.



Vimos unas cuantas cuevas de tamaños diferentes, algunas grandes como la de la imagen superior. Dudábamos que la zodiac se colara en su interior, pero ocurrió.


Y a cubierto de la lluvia pudimos fotografiar el mar y la costa bien protegidos desde su interior


Y los saltos de agua llegamos a la conclusión que son marca Flores por su abundancia, en el interior y en la costa.


Nuestro intrépido capitán se acercó a una de ellas lo suficiente para que repartiera agua sobre los viajeros. 


Encantados, no hubo ni una protesta, aunque el enorme ruido del momento hubiera impedido escucharla.

Acercándonos a Corvo, que a poca distancia parece incluso grande

Al cabo de un rato, con el pasaje visiblemente satisfecho, el capitán puso rumbo a Corvo, recorriendo las seis millas náuticas que la separan de Flores en medio de las olas. Se trata de una excursión que realizan a diario si el mar lo permite. Que no es siempre; por ejemplo, el día anterior estuvo picado y no hubo ruta. Según nos dijo, de media van 220 veces al cabo del año. Este día el mar estaba algo movidito y era un poco incómodo por la lluvia, sobre todo a la ida, pero resultó una experiencia imperdible.


En Corvo la excursión es sencilla, no hay mucho que hacer salvo visitar el pueblo, lo que dejamos para el final, y subir a la caldera, el objetivo fundamental. Recién llegamos nos encontramos con estos molinos, ahora mismo un bien protegido.

Molinos del siglo XIX para moler cereal

Originalmente construidos en piedra oscura en el siglo XIX, quedan tres de los seis que existieron. Se utilizaban para moler cereal, una función vital en una comunidad aislada que tenía que apañárselas por sus propios medios. Por algo en su momento fue considerado el pueblo más aislado de Portugal.

Antes de subir a la caldera le dijimos al taxista si podíamos tomar un café. La carrera estaba tasada: 10 euros persona ida y vuelta, y al llegar arriba se le indica la hora de recogida. Nos paró en un bar junto a la pista de aterrizaje señalando que podíamos dejar las mochilas. Entramos, tomamos algo, visita al baño, lo normal... y al salir el taxi no estaba. Diez minutos después empezábamos a estar mosqueados. En estas pasó un corvino y al conocer nuestra preocupación se echó a reír. "Ha aprovechado el rato para subir a otro grupo, aquí nos conocemos todos y no hay el menor problema". Y así fue, a los pocos minutos estaba allí y nosotros un poco más situados en el minúsculo escenario social y territorial en el que nos encontrábamos. El paisano respondió a nuestras preguntas curiosas y nos contó que en la isla viven unas 450 personas, de las que algo más de 50 son menores. Pueden estudiar allí (cuentan con 23 profesores) y luego irse a la universidad, normalmente a Oporto, Coimbra o Lisboa, aunque reconoció que eran muy pocos los estudiantes que culminaban su carrera.

Primera visión de la caldera, con enormes lagos que de lejos parecen pequeños

La caldera impresiona al descubrirla, por sus dimensiones, enorme (en Terceira veríamos otra aún mayor), y por su belleza. Casi totalmente verde, con una fuerte pendiente, cubierta de agua en su parte baja.

Listos para descender a la parte baja de la caldera

Había dejado de llover y eso facilitaba el descenso. Pero el suelo estaba empapado y solo la hierba y las rocas impedían que el pie se hundiera, pero estábamos encantados. Y también salió el sol.

Bajada hasta los lagos sobre un suelo de hierba completamente empapado

Empezamos a descender hasta el fondo de la gigantesca caldera disfrutando de un paisaje especial, de gran belleza y a la vez sumamente sencillo.

Ganado paciendo en la lejanía, casi parecían puntitos

En la caldera se pierde el sentido de la distancia, carece de referencias ante la ausencia de árboles o de algún tipo de relieve (rocas, casas). No parecía tan grande, pero nunca se llegaba al fondo. Y había que ir culebreando a la búsqueda de suelo duro o rocas para no hundir el pie en el agua que fluía por todos lados, algo que en la imagen no se percibe.


 Pero todas las rocas tenían una gruesa cubierta de musgo y no eran visibles.

La caldera recoge agua en sus laderas y se acumula en el fondo

El descenso son algo más de 300 metros de desnivel y la caldera tiene en su punto máximo un diámetro de 2,3 kilómetros. Dimensiones respetables para un paseo diferente y reconfortante.

Abajo, algunos montículos ocultaban parte de los lagos, más extensos de lo que parecían

Una vez en el fondo empezamos a calcular para estar a la hora prevista otra vez arriba. Pronto nos dimos cuenta de que no podríamos circunvalar todos los lagos, que desde la parte superior no eran visibles en su totalidad. Unos montículos tapaban partes y ocultaban zonas de contacto entre ellos.


Así que hicimos lo que pudimos, atravesando los montículos que se aprecian en la imagen superior. De esta forma acortamos un recorrido que precisaba más tiempo del que en principio supusimos.

Empezando la subida hacia el borde de la caldera

Y una vez en la base de la ladera por la que habíamos descendido, a desandar lo andado. Siempre suele ser más sencillo subir, esfuerzo aparte, pero el agua que bajaba en docenas de pequeñas escorrentías lo complicaba.


Sin incidencias y a la hora convenida el grupo se reunió arriba, y con el taxi bajamos al pueblo, teníamos todavía un par de horas para dar una vuelta. En total, dedicamos dos horas y media a la caldera. Quizás podíamos haber alargado un poco más el paseo.

Vila de Corvo y su puerto desde las alturas, una población vistosa

Callejeamos por el pueblo y con sorpresa descubrimos una malla urbana casi medieval, con callejas estrechas, a veces laberínticas, y suelos empedrados.

Calle modelo de Corvo, angosta y con suelo de piedra

Hay teorías al respecto, desde que era una forma de protegerse de las incursiones de piratas, que hubo varias, y también para protegerse de los fuertes vientos que allí soplan. Están pegadas las casas, casi abigarradas, y carecen de huerta o patio, en contra de lo habitual en las zonas rurales. Forman un conjunto agradable, con una tipología muy uniforme en cuanto a volúmenes y ventanas.


En el paseo nos encontramos con dos museos, uno referido a la creación de la isla y su pasado geológico, vegetación y aspectos naturales. El primero mostraba vídeos y gráficos para entender el proceso de creación de la isla. 


El segundo etnográfico, referido a la vida de los isleños en el pasado. En este último con herramientas agrícolas, de carpintería y de otros oficios, imprescindibles para la vida en un lugar apartado de todo y en el que los suministros debían llegar por barco, un sistema caro, lento y siempre impreciso. También nos encontramos con un centro de interpretación de aves, pero ya no disponíamos de tiempo.

Así la describió este autor hace un siglo

Los dos que vimos eran de entrada libre y con personal del gobierno regional para la atención, insólito en un lugar tan minúsculo.


Reconfortados por estas instalaciones culturales, paseamos el pueblo hasta la hora de la salida del barco. Una excursión excelente y una vez conocida la isla entendimos que aquellos que quieren un entorno sereno y remoto se vengan a una isla como Corvo, que ambas cosas las borda. Al parecer, al igual que ocurre en Flores, recibe también muchas visitas de personas interesadas en la observación de las aves. No era nuestro caso, pero disfrutamos mucho del día.

El viaje de vuelta en la lancha resultó muy tranquilo y placentero. Después del húmedo comienzo de la jornada, el sol decidió hacer acto de presencia y acompañarnos unas buenas horas, cosa que aportó una luminosidad inesperada a la visita. Así que sobre las cuatro de la tarde volvíamos al puerto de Flores con el convencimiento de que habíamos estado en un sitio de esos cuyas imágenes te acompañan para siempre en el corazón.

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