16 octubre 2025

2) Flores: naturaleza para perder el sentido


Cascadas en los farallones de Fajazinha, un sitio muy especial

La isla de Flores es un auténtico bombón para quien quiera disfrutar la naturaleza, convertida aquí en un espectáculo difícilmente relatable, un lugar de gran belleza. De manera especial su lado oeste, donde se encontraba nuestro alojamiento. Altos farallones cien por cien cubiertos de vegetación y surcados por innumerables cascadas. Impresiona, e inevitablemente pasa a formar parte de los paisajes inolvidables del mundo para quien tiene la suerte de contemplarlo. Sobre la marcha podría emparejarse, como valoración personal, con los lagos de Plivitce (Croacia), Yosemite (California), algunos valles de Suiza o Austria o el parque nacional Fiordland, en la isla sur de Nueva Zelanda.


El grupo de viajeros emocionados con Flores había llegado desde San Miguel en un vuelo doméstico a bordo de un avión de hélice. 

El avión que nos llevó a Flores

Como curiosidad, el aeropuerto se encuentra en Santa Cruz das Flores, el punto más oriental de la isla, y la pista de aterrizaje aísla la capital del resto del territorio. Únicamente se puede entrar o salir de esta pequeña población por los extremos de dicha pista. En cualquier caso, estamos hablando de una isla poblada por unas 4.500 personas, de las que residen en Santa Cruz alrededor de la mitad.

Aeropuerto de Flores

Pese a cifras tan discretas de población dispone de un aeropuerto decente. Quizás porque el turismo ha sufrido un importante incremento en las Azores (no aparecen datos concretos de esta isla) y Flores es un lugar especial con perspectivas de crecimiento. Una prueba: los precios están disparados en las cuestiones que más afectan a los turistas: alojamiento y restauración. Como muestra, señalada ya en la entrada anterior, la casa nos costó 1980 € por cinco días, un poquito más que las de San Miguel y Terceira juntas. Y, por poner un ejemplo, si el polvo o Lagareiro (pulpo) costaba 18€ en restaurantes de San Miguel, en Flores subía a 28€. 

La costa muestra el origen volcánico de la isla

Impresionados por el lugar y con un tiempo genial, nos dispusimos a recorrerlo. La costa, como se aprecia en esta imagen, exhibe a las claras sus orígenes volcánicos. Quizás por ello las playas son tan escasas.

Iglesia matriz de Nuestra Señora de la Concepción, en Santa Cruz

La capital de la isla es un pueblo grande y un punto disperso, con limitado interés urbanístico. El edificio más notable que encontramos fue su iglesia principal.

El templo tardó setenta años en construirse

Esta iglesia empezó a edificarse en 1781 sobre otro templo más modesto, pero no fue hasta 1859 que los trabajos terminaron. Esta lentitud y la abundancia de influencias se nota en su aspecto.

Piscinas marinas aprovechando las rocas de lava

Si bien la ciudad es prescindible, su borde litoral justo lo contrario, y lo comprobaríamos desde el mar el día de la excursión a la vecina isla de Corvo. Junto a su pequeño puerto, destinado más bien a las pequeñas embarcaciones que van a diario con turistas a Corvo, han construido unas piscinas marinas aprovechado los montículos de lava. 

Al sol en el faro del puerto de Santa Cruz das Flores

Al día siguiente de llegar dedicamos la mañana a pasear Santa Cruz sin rumbo y con bastante tranquilidad.

El agradable borde litoral de la capital estaba poco concurrido; al fondo se divisa la isla de Corvo

Desde la zona más baja, donde está el puerto y otros servicios, ascendimos a la parte alta de la ciudad y nos encontramos con la sorpresa del Museo de la Ballena de Boqueirao. Ubicado en una antigua fábrica donde descuartizaban y aprovechaban el cuerpo de estos cetáceos, le dedicamos un buen rato y salimos encantados. 

Museo del pasado ballenero de la isla

El recinto fue inaugurado en 2015, tres décadas después de la clausura de la fábrica. Por si fuera poco, era domingo y por esta razón no cobraban entrada

Maqueta de barcos que muestra cómo se transportaban las ballenas una vez cazadas

Disfrutamos con calma de la visita, que nos interesó sobremanera. Después, viendo las fotos, concluimos que no reflejan la excelente información que allí recibimos, entre la que destaca un vídeo ciertamente bien realizado.

Un cuidado vídeo nos sumergió en la vida de los balleneros a lo largo del siglo pasado

En la película, con imágenes de mediados del siglo XX, se revive la caza de cachalotes en las aguas de Azores, pasando revista a todos los que intervenían. Desde los vigías que con prismáticos trataban de localizar los cetáceos desde puntos altos de la isla, hasta las tripulaciones y los barcos, a la espera del aviso para salir disparados a su caza.

Embarcación dedicada a la caza de cetáceos

Por supuesto, también analiza las embarcaciones utilizadas, los sistemas para dar caza a los animales, los materiales empleados, y todo lo que venía a continuación.

Maniquí en la zona de silos, donde se almacenaba el aceite obtenido de la ballena

Instalado en una vieja fábrica, construida entre 1941 y 1944, que estuvo en funcionamiento cuarenta años, allí se guarda la maquinaria utilizada y se explica su funcionamiento. Su cierre en 1984 no es casual, fue el momento en que se prohibió la caza de estos cetáceos.


La caza de ballenas en Azores llegó de la mano de emigrantes azorianos en Estados Unidos enrolados en barcos balleneros. Volvieron a su tierra y en 1864 empezaron a dedicarse a la misma actividad en pequeñas empresas locales, que se mantuvo durante 120 años.

Rampa de acceso a la fábrica, donde se descargaban las ballenas para trocearlas

Si algo nos quedó claro de la visita es que los cachalotes aportaban riqueza a las islas. Como los cerdos, todo se aprovechaba: el aceite para la iluminación, dientes y huesos para hacer tallas, la carne para alimentar animales y el líquido del interior de su cabeza base de cosméticos y lubricantes.

Exterior del museo de la ballena, con una reproducción a tamaño real

Llegado 1984 y el final de la caza de cachalotes, estos cetáceos siguen generando riqueza con las numerosas actividades de avistamiento para visitantes.

Centro de Interpretación del Geoparque

Anexo al museo se encuentra el Centro de Interpretación del Geoparque, dependiente del gobierno regional. Su finalidad es dar a conocer la riqueza ambiental, el patrimonio geológico, la fauna y flora y los ecosistemas marinos de la isla. También nos gustó, pero por el tipo de museo y su iluminación hicimos pocas fotos. No fue gratis, pero casi, ya que por mayores de 65 años pagamos solamente un euro por persona. 


RUTA AL POZO DA RIBEIRA DO FERREIRO (FAJAZINHA)


En esta isla hicimos fundamentalmente una ruta larga, la de Ribeira do Ferreiro; otra más corta, al Faro de Albarnaz, y un paseo por la zona de las cascada de Ponta da Faja. En la primera de ellas, circular, salimos a pie desde la Aldeia da Cuada (nuestro alojamiento, una antigua aldea reconvertida), iniciando una caminata encantadora hasta el pozo de Ribeira do Ferreira, que viene a ser una poza muy grande donde acaban varias de las cascadas de los farallones de Fajazinha. Eso sí, el camino no fue sencillo, salvo el comienzo.

Inicio de la ruta cerca del alojamiento, por un camino sombreado con piso de piedra

Los muros en ocasiones eran más altos que nosotros, y nos sorprendía el trabajo que se habían tomado en su día. Leímos por algún sitio la explicación, que los terrenos de cultivo estaban llenos de piedras, que iban retirando y amontonando en los extremos de las fincas y luego servían para los muros. Y, obviamente, disponían de exceso de material.

El camino fue en su mayor parte a través de un denso bosque, a la sombra, que tampoco necesitábamos pues el día estaba cubierto y no tardando empezaría a llover. Y con intensidad.

Tras cruzar la carretera de acceso a la Cuada el camino cambia: se empina, el bosque se hace más denso y el suelo mucho más firme.

Durante un buen rato caminamos casi por una recia calzada romana

La pendiente era fuerte y el suelo una alfombra de rocas de gran tamaño y nada planas, pero cumplían su función de alejar los pies del barro. Por los alrededores del camino bajaban regatos de agua con fuerza. Tanta agua tiene explicación: de las cascadas llegan a una poza y desde allí fluyen numerosos arroyuelos.

Disfrutamos del camino y la tranquilidad, aunque no éramos los únicos caminantes

Subimos relajados pero sin pausa. Estábamos a gusto sin saber si podríamos llegar a la base de las cascadas. No imaginábamos como iba a ser, pero lo imaginábamos chulísimo.

Con la boca abierta ante la belleza de las cascadas y el paisaje en general

Pero nos equivocamos. No era un lugar bonito... sino un sitio excepcional como pocos. Ante la impresión,  después de un guau general, dedicamos un buen rato a contemplar el espectáculo, sin movernos, dudando si sería real.

Se hacía difícil apartar la mirada de los saltos de agua

 Había más gente y todos mirábamos extasiados hacía los verdes farallones y unas cascadas que dejan caer el agua desde 180 metros de altura. Impresionante. Quizá un video sirva para hacer más justicia a un lugar que las fotos no acaban de reflejar.


Foto oficial de los nueve viajeros en la Ribeira do Ferreiro

Una vez repuestos de este mal de Stendhal en la naturaleza, reunimos fuerzas para una foto de grupo delante del lago y las cascadas. Allí terminaba el camino y decidimos regresar visiblemente satisfechos.

Las cascadas son innumerables y las lluvias de esa noche las habían reforzado

Tras un último vistazo nos pusimos en marcha para desandar lo andado. Teníamos que ir con cierto cuidado, el camino estaba permanentemente a la sombra y había zonas resbaladizas, especialmente al descender. Pero sin incidencias llegamos a la carretera. Encontramos una especie de mesa con un techado y nos refugiamos de la lluvia, que comenzó a caer con ganas. Ante este inconveniente, el grupo se dividió: una parte volvió al alojamiento para ir hasta Faja Grande y el resto buscó la forma de proseguir la ruta por la zona.

Estos últimos siguiendo la carretera llegaron a una entrada que previsiblemente llevaría a otras cascadas, pero no hubo forma. A unos cientos de metros una pareja de Granada nos explicó que un arroyo turbulento había roto el camino y era imposible pasar.

Segundo intento por otro camino un poco más adelante, pero tampoco salió bien. Anduvimos un buen rato por un sitio bastante peligroso por los resbalones e igualmente con pendientes. Aproximadamente un kilómetro después llegamos a una zona abierta desde donde se veían las cascadas a lo lejos, y fue suficiente,  decidimos dar la vuelta. Una vez en la carretera, buscamos una vía al otro lado de la carretera para dirigirnos al mar, hacia Fajazinha.

El mar de Flores tras la excursión a las cascadas

Fue un camino bastante plano, sencillo, en ligero descenso, entre fincas abandonadas con altos muros. Y cada rato tirando de chubasquero: llovía, paraba y se levantaba viento. Los paraguas tuvieron un día duro.

Entre muros de fincas camino del mar

Fue un tramo agradable, pero ya dentro de parámetros normales, nada que ver con la majestuosidad de las cascadas.

Puente con barandilla única

Cerca de la costa atravesamos una aldea con algunas casas, seguimos la carretera y finalmente volvimos a una ruta de tierra. Antes tuvimos que sortear un arroyo por un estrecho puente, donde ahorraron presupuesto dejando una sola barandilla. 

El mar picado y el arroyo del puente con una sola barandilla

Llovía con intensidad, algunos se refugiaron debajo de ese puente y otros un poco más allá bajo la espesura. A esas horas estábamos literalmente empapados... pero contentos. Tuvimos que subir la fuerte pendiente de una montaña que acaba en el mar, y arriba, tras unos cientos de metros, llegamos a la Aldeia da Cuada. Estábamos en casa, habíamos completado una peculiar ruta circular. Cogimos nuestro vehículo y fuimos hasta Faja Grande donde nos aguardaba el resto del grupo. Ni siquiera nos cambiamos de ropa, sabíamos que pronto estaríamos secos.


PASEO POR LA ESTRADA DEL FAROL


El extremo norte de la isla fue objeto de una pequeña excursión previo rodeo en coche. Dada la escasa red viaria tuvimos que ir hasta Santa Cruz, en el este, desde nuestro alojamiento, al oeste. Imposible subir directamente desde la Aldeia de Cuada por falta de carretera, solo un camino a partir de Ponta da Faja, y por supuesto ninguna población. Por ello, al alquilar la furgoneta, (otra van de nueve plazas), nos señalaron expresamente una serie de rutas por las que no podíamos circular, esta entre ellas. La amenaza era obvia: si ocurría algo, el seguro no nos ampararía.

Lo dicho, fuimos hasta Santa Cruz y allí pusimos rumbo norte hacia Ponta Delgada, nombre idéntico a la capital de San Miguel. No fue empresa sencilla: diluviaba y el viento era intenso, todo ello en una carretera más bien estrecha y llena de curvas, donde circular precisaba esmero. Fuimos despacito, en manos de una conductora muy experimentada y, con calma,  logramos llegar indemnes. Esta carretera es relativamente reciente, de los años 60, por lo que antes el norte estaba incomunicado.

La abrupta costa en el norte de la isla de Flores

Ponta Delgada es una pequeñísima población al nivel del mar, a donde no llegamos a bajar, la carretera venía a un nivel más alto. Tiene aire de aldea, con las casas diseminadas, casi sin estructura urbana, y no alcanza el centenar de vecinos. La vimos desde lo alto y de seguido emprendimos el camino a pie en dirección al faro. La carretera era aún más estrecha, pero no pasaban coches.

Naturaleza, mar y rocas, sin rastros humanos

Antes nos empapamos de la visión del Atlántico rompiendo contra esta pequeña isla, la más occidental de Europa, situada más cerca de América que del país del que forma parte, Portugal.

El paisaje parece sacado de algunas zonas de Irlanda

Estábamos casi en soledad, ni barcos en el mar, ni casas, ni personas en tierra. Y había dejado de llover, e incluso a ratos salía el sol, una suerte.

Así que nos pusimos en marcha para llegar al Faro de Albarnaz, el más occidental de Europa, a unos tres kilómetros.


Marchábamos entre fincas, sin presencia humana, por un área carente de vegetación pero agradable y con abundancia de agua.


Rebaños de ganado vacuno en fincas enormes eran nuestra única compañía.

Estas vacas no podían quejarse, con vistas al mar y abundancia de hierba y agua.

Al cabo de un rato llegamos al faro, un lugar tranquilo, y sin duda sometido a fuertes vientos. Después apareció una pareja de viajeros procedentes de la isla de San Miguel. Resultaba curioso, algunos veníamos de lejos a ver las islas, pero nuestro casero de San Miguel, por ejemplo, nos dijo que nunca había estado en Flores.

Ponta de Albarnaz nos pareció un lugar con cierta magia, y paseamos un rato por las inmediaciones. Allí terminaba la carretera, evidentemente creada para dar servicio al faro.

Tras ello iniciamos el regreso culebreando entre pequeñas montañas. Nada turbaba nuestra placidez, hasta que una pareja de vaqueros apareció pastoreando un numerosos grupo de vacas, a las que cedimos gustosos la carretera. Minutos después las encerraban en una finca. Al rato llegamos a nuestro vehículo, regresamos a Santa Cruz para buscar donde comer y terminamos en un restaurante de pescado.


PASEO A LA POZA DO BACALHAU (FAJA GRANDE)


Las cascadas de Faja Grande son visibles desde la zona costera, pero decidimos intentar acercarnos a su base sin saber si era posible. Aprovechamos una comida en el restaurante A Esplanada, también en Faja Grande, que nos pareció una localidad de unos cientos de habitantes (no hemos encontrado el dato) y agradable, sin más.

Cascadas de Faja Grande

Realmente, la excursión a la base de estas cascadas la intentamos dos veces. La primera abortamos al rato porque empezó a diluviar. La segunda fue un poco mejor, pero solo un poco.

A la búsqueda de la base de las cascadas

En este segundo intento llegamos a la base de una de ellas, Poço do Bacalhau, y luego volvimos al camino para seguir investigando por la costa, pero de nuevo el tiempo se puso en nuestra contra. Otro diluvio cuasitropical y el consiguiente regreso acelerado, mojadura incluida.

                                  

Antes del chubasco habíamos seguido el camino por la costa, y más adelante una senda perpendicular que lleva a la base de la cascada.


Según nos acercábamos la cascada iba engordando. De lejos parecía un hilillo de agua, pero en las proximidades tomaba cuerpo.

Es un sitio precioso, una de las atracciones emblemáticas de la isla. Influye sin duda la facilidad para disfrutar desde cerca de una caída de agua desde 90 metros de altura.

Según el caudal del momento y la fuerza del viento, el agua modifica su recorrido y crea cortinas de agua. Espectacular.

La poza es apta para el baño y a veces se ven anguilas

Y ya en la base crea una poza muy adecuada para el baño, aunque advierten que suele estar fría. Nosotros no la estrenamos. Al parecer allí se avistan anguilas, pero en ese momento no lo sabíamos y no tratamos de encontrar alguna.


Como todas las cascadas, suelen llevar más caudal en la temporada de lluvias, aquí de octubre a marzo, por lo que la pillamos iniciando solo su etapa potente. Aquí va un video de la poza.

Conocida la poza, seguimos por el litoral hasta que la mencionada tormenta nos forzó a retroceder.

Abrupto litoral de Faja Grande

 Ida y vuelta contemplando un mar bravo golpeando contra los rompientes de lava, con la satisfacción de que esas lluvias darían todavía más vistosidad a las cascadas de Flores.


MIRADORES


En los paseos en coche por la isla cada poco veíamos paisajes que nos llamaban la atención. Y, en cuanto podíamos, nos deteníamos para contemplarlos. Si podía ser, en un mirador señalizado.


Se convirtió en rutina en una isla tan vistosa y agraciada por la naturaleza.


El mar al fondo, valles frondosos, conos volcánicos, un gustazo.



Y aunque no éramos los únicos visitantes recorriendo la isla, normalmente encontrábamos poca gente. La tranquilidad era la norma.

Las carreteras estaban bien pero, eso sí, eran ajustadas, sin arcenes. Había que estacionar como se podía, evitando correr riesgos.


No lo han hecho todavía, pero podían crear una ruta de los miradores.


Nos convencimos de que el paisaje de Flores justifica la visita a la isla. 


NUESTRO ALOJAMIENTO: ALDEIA DA CUADA


Una antigua aldea de casas de piedra que ha sido recuperada como albergue turístico. Las casas están separadas y alguna incluso alejada, comunicadas por un camino de grandes piedras. Tiene incluso una capilla y la aportación moderna para los viajeros de una piscina descubierta de agua templada.

Vista desde la distancia, cualquiera pensaría que sigue siendo una aldea habitada.

Nuestra casa era de las más grandes, con dos plantas, cinco habitaciones y tres baños. Dos de ellos en la planta baja junto con una enorme cocina-comedor-sala de estar.



Exterior de nuestra vivienda, rehabilitada con mucho respeto

Los orígenes de la aldea se remontan a 1676, entonces una comunidad de vecinos dedicados a la agricultura y el tejido. Pero en el siglo siguiente una ola de emigración dejó la aldea abandonada. Así permaneció hasta finales del siglo pasado, cuando una pareja inició su recuperación, manteniendo el encanto rústico y preservando la arquitectura tradicional. En total, cuenta con 16 casas restauradas.


El magnífico comedor-cocina de nuestra casa


El interior está igualmente recuperado con estilo rural, y como muestra nuestra cocina, con una mesa espectacular.. En esta casa, sin embargo, ofrecían desayunos muy completos y variados, tipo bufé, por 10 euros (café, infusiones, fruta, cereales, bollería y bizcocho casero, queso, platos sencillos de cocina con huevo...). Como tampoco había ningún supermercado cerca, no hicimos casi uso de la cocina.


Las estrechas callejas impiden la entrada de vehículos por Aldeia da Cuada, por lo que el alojamiento se encarga del transporte de las maletas con un dumper, afortunadamente.

Una de las habitaciones de nuestra casa

Las habitaciones son sencillas, estilo rural, con escasos muebles, casi ninguno salvo las camas, y pese a los deshumidificadores con algo de olor. Pero no todo eran maravillas. Pese al precio, la casa carecía de lavadora y la wifi se limitaba a la lejana recepción, ambas carencias un problema para el viajero. Pero a juzgar por la que gente que coincidíamos en el desayuno, estaba al completo o casi. 

La piscina de la Aldeia da Cuada, con agua caliente

En uno de los extremos de la Aldeia han construido una piscina, que es un puntazo con su agua entre tibia y caliente, muy agradable. La disfrutamos incluso bajo la lluvia.

Buenavista Café, en el centro de Santa Cruz

En cuanto a los restaurantes, estuvimos en tres. Hicimos un par de cenas en la propia Aldeia da Cuada, que ofrecía comidas y cenas, previa reserva. En el mismo comedor del desayuno y con una carta amplia, disfrutamos de platos agradables, como hemos dicho a precio Flores, o sea, más caros que en las otras islas.

Saliendo del restaurante A Esplanada, en Faja Grande

También cenamos tres noches en el restaurante A Esplanada, en Faja Grande. Un sitio bien puesto, amplio, al lado del mar, agradable. La carta era más amplia que la Aldeia y los precios por un estilo, pero buena cocina. En A Esplanada tomamos espetada, arroz con costilla, bacalao en cataplana y cosas así, el precio por persona de 35 a 40 euros. En Aldeia gozamos de unas ricas sopas y buen pescado.

En Santa Cruz comimos un día en un restaurante más modesto que podemos calificar de casa de comidas. O Moreao tenía principalmente pescados, con una oferta variada y preparación sencilla. Fue más barato, 22 euros persona.


Y como la isla se llama como se llama....


Despedimos esta crónica con unas imágenes de flores tomadas en la isla de ídem.


Sin olvidarnos de la heladería que utilizaba su alejamiento del continente europeo como un reclamo para sus ventas. Original publicidad.

Y cinco días después de la llegada dejamos Flores camino de Terceira, la cuarta isla que visitábamos. Entre medias hicimos una excursión de una jornada a Corvo, otra joyita que ocupará el siguiente capítulo.

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